Hablar de nuestra profesión resulta, a veces, un ejercicio difícil, sobretodo cuando los malos ejemplos pululan por las publicaciones y, como dijeran unos colegas, estamos desnudos con nuestra voz ante todo el pueblo y así somos el blanco más fácil de todas las inquietudes y frustraciones.
Por ello defendernos ante las críticas se convierte en una labor ardua y siempre quedan insatisfacciones que no podemos suplir.
Pero yo me alegro de esos instantes pues me reafirma la idea, que a veces pierdo, de lo acertado de mi desición al escoger esta profesión.
Que nuestro trabajo suscite polémicas, remueva escozores y promueva las intensas charlas en las esquinas es el mejor regalo para quienes asumimos este deber social en tiempos tan convulsos en el ámbito interno e internacional. Construir realidades no es sólo una práctica, si se quiere literaria, sino que es el fruto de un proceso de autosuperación constante que no descansa cuando salimos de la redacción o cerramos el documento de word.
Tenemos el reto de entender el mundo, conocer los procesos y por sobre todas las cosas, vivir siempre con los pies en la tierra sin enajenarnos en nuestro esquemático rumbo.
Ése es el reclamo de nuestros lectores o televidentes más allá de si nos acermos más o menos a la verdad de un asunto. Ellos prefieren a los que hablan desde la experiencia, no a los que discursan desde la suposición.