De qué vale recorrer el mundo en busca de lo desconocido si la busqueda más importante que podemos hacer inicia en algún remoto lugar de nuestra memoria y sigue hacia el resto de nuestro cuerpo, utrajado por los deseos y las marcas ajenas a las que sucumbimos.
Da miedo lo que vamos encontrando a cada paso pero entre la oscuridad de la desmemoria autoimpuesta podemos encontrar ese resquicio de luz que permite seguir.
Y llega un momento en el que no importan más las incomprensiones y los achaques del alma porque reconocernos en el espejo y vernos allí donde se dobla la imagen y se torna borrosa, ya no despierta temores.
Complace sentirse bien con uno mismo, aunque el mundo se empeñe en demostrarte lo contrario.