martes, 18 de junio de 2013

Air Italia



Hace unos días conversaba con un amigo sobre las peripecias de la vida y los altibajos de la existencia. Era una plática de esas que salen cuando nos pasamos de dos copas de vino o de tres botellas de cervezas. De esas conversaciones en las que no puedes parar de hablar y aunque lo intentas, una y otra vez, tu lengua no se detiene y las frases se aglomeran tras tus labios pujando por salir.
Así, conmovido también por la química de la bebida, mi amigo me contó la triste historia de su separación amorosa. No se asuste amigo lector, no pienso agobiarle con detalles superfluos de un culebrón a la cubana. Sólo intento proponerle la historia y someterla a su siempre oportuna reflexión.
La novia de mi amigo, a la que llamaremos a partir de ahora “Y” - sí también por lo de la generación ochentera- le develó, súbitamente, su próxima partida hacia Europa. Tan extrañado él como yo en el momento de la confesión.
Durante más de un año habían vivido lo que se llama una relación formal. Disfrutaron de los sensitivos días del cortejo, de las apasionadas jornadas del noviazgo y como muchas parejas cubanas decidieron involucrarse más y  lanzarse a la aventura de convivir diariamente.
Con malos y mejores momentos habían resistido el pesar de la escasez monetaria, de los deseos de privacidad reprimidos por la presencia de la familia y de otros tantos demonios que rondan a los enamorados de hoy.
Sí, yo había sido testigo del cambio que se produjo en la errante vida de mi amigo y por supuesto admiraba como se iba entregando a una relación, sin detenerse ante  temores y con la ingenuidad propia de quien se sabe dueño de un pequeño tesoro.
-         Ok,  pero ¿como pasó todo? – dije yo-
-         Se va para Italia – afirmó- y parece que es pronto porque me dijo que hasta tenía pasaje.
Su rostro consternado aún y desfallecido por recordar quizás el momento de la noticia era más locuaz que su voz entrecortada por el líquido, por la tristeza.
-         Estaba haciendo los papeles para irse y no me dijo nada hasta ese día- terrible pensé- No me adapto, es que no lo vi venir o quizás me estaba haciendo el ciego- confesó-
-         Y, ¿ cómo estás?- indagué-
No tuvo que responder. Esta vez su mirada se hizo eco del dolor.
Y nada, querido lector, el resto de los detalles usted los imaginará. Éste es el final, no tan feliz, de la historia de mi amigo y “Y”. Una historia que puede haber tenido como protagonista a más de una pareja cubana y que es sólo un fiel reflejo de la complejidad de las relaciones sociales en la Cuba de estos días. Un país que debe mirarse mejor  reconocerse también en trágicos finales, como éste.
Al final de la plática yo también quedé en silencio. Me imaginé tomando esa decisión. ¿Qué haría?