Hace unos días
conversaba con un amigo sobre las peripecias de la vida y los altibajos de la
existencia. Era una plática de esas que salen cuando nos pasamos de dos copas
de vino o de tres botellas de cervezas. De esas conversaciones en las que no
puedes parar de hablar y aunque lo intentas, una y otra vez, tu lengua no se
detiene y las frases se aglomeran tras tus labios pujando por salir.
Así, conmovido
también por la química de la bebida, mi amigo me contó la triste historia de su
separación amorosa. No se asuste amigo lector, no pienso agobiarle con detalles
superfluos de un culebrón a la
cubana. Sólo intento proponerle la historia y someterla a su siempre oportuna
reflexión.
La novia de mi
amigo, a la que llamaremos a partir de ahora “Y” - sí también por lo de la
generación ochentera- le develó, súbitamente, su próxima partida hacia Europa.
Tan extrañado él como yo en el momento de la confesión.
Durante más de
un año habían vivido lo que se llama una relación formal. Disfrutaron de los
sensitivos días del cortejo, de las apasionadas jornadas del noviazgo y como
muchas parejas cubanas decidieron involucrarse más y lanzarse a la aventura de convivir
diariamente.
Con malos y
mejores momentos habían resistido el pesar de la escasez monetaria, de los
deseos de privacidad reprimidos por la presencia de la familia y de otros
tantos demonios que rondan a los enamorados de hoy.
Sí, yo había
sido testigo del cambio que se produjo en la errante vida de mi amigo y por
supuesto admiraba como se iba entregando a una relación, sin detenerse
ante temores y con la ingenuidad propia
de quien se sabe dueño de un pequeño tesoro.
-
Ok, pero
¿como pasó todo? – dije yo-
-
Se va para Italia – afirmó- y parece que es
pronto porque me dijo que hasta tenía pasaje.
Su rostro
consternado aún y desfallecido por recordar quizás el momento de la noticia era
más locuaz que su voz entrecortada por el líquido, por la tristeza.
-
Estaba haciendo los papeles para irse y no me
dijo nada hasta ese día- terrible pensé- No me adapto, es que no lo vi venir o
quizás me estaba haciendo el ciego- confesó-
-
Y, ¿ cómo estás?- indagué-
No tuvo que
responder. Esta vez su mirada se hizo eco del dolor.
Y nada, querido
lector, el resto de los detalles usted los imaginará. Éste es el final, no tan
feliz, de la historia de mi amigo y “Y”. Una historia que puede haber tenido
como protagonista a más de una pareja cubana y que es sólo un fiel reflejo de
la complejidad de las relaciones sociales en la Cuba de estos días. Un país que debe mirarse
mejor reconocerse también en trágicos
finales, como éste.
Al final de la
plática yo también quedé en silencio. Me imaginé tomando esa decisión. ¿Qué
haría?