martes, 6 de octubre de 2015

Érase una vez un deshollinador...

Mi mala memoria no puede precisar los títulos o las veces en las que escuché cuentos que incluían a un extraño personaje: el deshollinador.
Los infantes cubanos ajenos a ese oficio preguntábamos que hacía alguien cuyo nombre, ya por si mismo, era complicado para nuestro vocabulario habitual.

Y maestras o padres recurrían a su imaginación y a la mínima información que poseían y explicaban en pocas palabras la labor de limpieza de chimeneas.
Creo que esas historias llegaban a la isla gracias a la relaciones fraternales con los países europeos del bloque comunista creando en inocentes imaginarios, como el mío, toda clase de rostros y aventuras para ese deshollinador que probablemente llegara a las casas en las frías noches de invierno, nieve incluída, para ayudar a las personas con sus chimeneas.
Y hasta hoy he tenido esa imagen en la cabeza.
Un anciano, vestido de negro, armado de un escobillón, caminando de casa en casa, quizás en busca también de abrigo.
Y como la vida de muchas vueltas y muchos somos los que hacemos vida en Europa, hoy esperaba yo la visita anunciada de un deshollinador (der Kaminkehrer) en casa.
Cámara en mano le esperaba para dejar constancia de mi encuentro con el mítico personaje que según supe sólo viene una vez al año. La primera sorpresa fue que no venía caminando sino, claro en siglo xxi, en un moderno auto.
Es extraño cómo esperamos, incoscientemente, que ciertas situaciones sean idénticas a cómo siempre la imaginamos. Algo así me pasa con las poco logradas versiones fílmicas de algunos textos literarios. Pero bueno ese es otro tema.
En mi balcón esperaba ver salir del carro al viejito de mis historias infantiles pero hoy, luego lo sabría, era un día de muchas sospresas.
Al abrirse la portezuela del vehíhulo salió una joven mujer, vestida cómodamente con pantalones y camiseta negros. Sus cabellos teñidos de lila llamaron mi atención  hasta que se dirigió a la casa con donaire empujando un aparato parecido a una aspiradora doméstica.
Hallo! Guten Morgen! - dijo sonriendo.
Yo tardé unos segundos en salir de mi asombro. Ella pensó que no había entendido y repitió el saludo con amable lentitud.
Fue entonces cuando reaccioné y luego de las presentaciones y los repetidos saludos le invité a pasar.
Menos de media hora le tomó hacer su labor. Todo ese tiempo yo la miraba con esa forma infantil que tienen los turistas de admirar un hecho o persona desconocido pero no me corté pues al fin de cuentas no todos los días tienes las oportunidad de conocer al deshollinador o deshollinadora de tus cuentos.
Con la destreza de una experta dejó el negro conducto como nuevo sin dar tiempo a muchas preguntas.
Con su piel blanca manchada ahora del hollín y tendiendo una mano sellamos la visita hasta el próximo año. Yo efusiva en la despedida, ella no tanto. Y así queridos lectores deshollinaron la chimenea de nuestra casa y mi imaginación de ancianos deshollinadores del pasado.
Justo cuando recordé una parte de un trabalenguas entonado durante los años de primaria:

"... el deshollinador que lo deshollinice buen deshollinador será."