Los domingos
siempre han sido para mí, días singularmente especiales, quizás porque devienen
momentos para el descanso, el esparcimiento y la convivencia en familia. Pero,
las jornadas dominicales de la etapa estival deparan sorpresas para los que
vivimos rodeados de numerosos niños, algunas, debo confesarlo, pueden llegar
hasta proporciones problemáticas.
Juegos de
fútbol, de béisbol, carreras, escondites y los polémicos PlayStation ocupan por
estos días a los infantes de mi barrio sin distinción de edades ni sexos. Sudorosos
se les ve andar en pandillas, grupos y tomarse sólo un descanso para ingerir
algún alimento. Todo un derroche de energía a pesar del intenso calor
veraniego.
Pero Alejandro y
su “inseparable socio de negocios” Adrian andan bajo el sol muy misteriosos.
Sin temores
llegaron a mi casa y con una sonrisa esbozada en los labios preguntaron si
podríamos ayudarles con su nueva colección. Para no perder el suspenso abrieron
una pequeña caja y dejaron entrever no pocas monedas de colores, formas y
tamaños diversos.
La singular
pregunta produjo instantáneamente una complicidad entre los pequeños
aficionados y esta familia siempre abierta a impulsar sanas actitudes y
pasiones.
En unos minutos
la mesa familiar se convirtió en el
espacio ideal para las negociaciones. Mi hermana (aficionada desde niña a estas
piezas metálicas) y los pequeños visitantes se habían adentrado en la
emocionante aventura de descubrir nuevos y valiosos objetos para sus respectivas
colecciones. Pero, como todo buen coleccionista, ninguno se quería separar de
las piezas más preciadas.
Poco a poco
fueron cediendo terrenos. Los noveles practicantes desplegaron toda clase de
mecanismos y estrategias para convencer a la sentimental contrapartida de
intercambiar o entregar algo de su inestimable tesoro. Monedas de Yemen, China,
Bélgica y varias de la vasta historia cubana cambiaron de dueño en sólo unos
instantes.
Así, encontrando
también otros sueños comunes, vinculados
al mundo del arte, concluyeron satisfechos la jornada de intercambios. Un
apretón de manos dejó sellado el encuentro y abrió las puertas de nuestra
morada a unos amigos muy especiales.
Alejandro y
Adrian nos desconcertaron y fueron el centro de nuestras conversaciones todo el
día. En primer lugar por su educación y
respeto, además porque ya creíamos perdido, entre los más jóvenes, un pasatiempo que en generaciones
pasadas tuvo numerosos seguidores.
Así que si usted
les ve o si llegan, amablemente, hasta su casa una mañana de domingo, no dude
en abrirles la puerta y su corazón. Ellos se lo agradecerán y la numismática
también.