lunes, 29 de julio de 2013

Crónica de un afición no tan perdida



Los domingos siempre han sido para mí, días singularmente especiales, quizás porque devienen momentos para el descanso, el esparcimiento y la convivencia en familia. Pero, las jornadas dominicales de la etapa estival deparan sorpresas para los que vivimos rodeados de numerosos niños, algunas, debo confesarlo, pueden llegar hasta proporciones problemáticas.
Juegos de fútbol, de béisbol, carreras, escondites y los polémicos PlayStation ocupan por estos días a los infantes de mi barrio sin distinción de edades ni sexos. Sudorosos se les ve andar en pandillas, grupos y tomarse sólo un descanso para ingerir algún alimento. Todo un derroche de energía a pesar del intenso calor veraniego.
Pero Alejandro y su “inseparable socio de negocios” Adrian andan bajo el sol muy misteriosos. 
Sin temores llegaron a mi casa y con una sonrisa esbozada en los labios preguntaron si podríamos ayudarles con su nueva colección. Para no perder el suspenso abrieron una pequeña caja y dejaron entrever no pocas monedas de colores, formas y tamaños diversos.
La singular pregunta produjo instantáneamente una complicidad entre los pequeños aficionados y esta familia siempre abierta a impulsar sanas actitudes y pasiones.
En unos minutos la mesa  familiar se convirtió en el espacio ideal para las negociaciones. Mi hermana (aficionada desde niña a estas piezas metálicas) y los pequeños visitantes se habían adentrado en la emocionante aventura de descubrir nuevos y valiosos objetos para sus respectivas colecciones. Pero, como todo buen coleccionista, ninguno se quería separar de las piezas más preciadas.
Poco a poco fueron cediendo terrenos. Los noveles practicantes desplegaron toda clase de mecanismos y estrategias para convencer a la sentimental contrapartida de intercambiar o entregar algo de su inestimable tesoro. Monedas de Yemen, China, Bélgica y varias de la vasta historia cubana cambiaron de dueño en sólo unos instantes. 
Así, encontrando también otros  sueños comunes, vinculados al mundo del arte, concluyeron satisfechos la jornada de intercambios. Un apretón de manos dejó sellado el encuentro y abrió las puertas de nuestra morada a unos amigos muy especiales.
Alejandro y Adrian nos desconcertaron y fueron el centro de nuestras conversaciones todo el día. En primer lugar por su  educación y respeto, además porque ya creíamos perdido, entre los más  jóvenes, un pasatiempo que en generaciones pasadas tuvo numerosos seguidores.
Así que si usted les ve o si llegan, amablemente, hasta su casa una mañana de domingo, no dude en abrirles la puerta y su corazón. Ellos se lo agradecerán y la numismática también.

martes, 18 de junio de 2013

Air Italia



Hace unos días conversaba con un amigo sobre las peripecias de la vida y los altibajos de la existencia. Era una plática de esas que salen cuando nos pasamos de dos copas de vino o de tres botellas de cervezas. De esas conversaciones en las que no puedes parar de hablar y aunque lo intentas, una y otra vez, tu lengua no se detiene y las frases se aglomeran tras tus labios pujando por salir.
Así, conmovido también por la química de la bebida, mi amigo me contó la triste historia de su separación amorosa. No se asuste amigo lector, no pienso agobiarle con detalles superfluos de un culebrón a la cubana. Sólo intento proponerle la historia y someterla a su siempre oportuna reflexión.
La novia de mi amigo, a la que llamaremos a partir de ahora “Y” - sí también por lo de la generación ochentera- le develó, súbitamente, su próxima partida hacia Europa. Tan extrañado él como yo en el momento de la confesión.
Durante más de un año habían vivido lo que se llama una relación formal. Disfrutaron de los sensitivos días del cortejo, de las apasionadas jornadas del noviazgo y como muchas parejas cubanas decidieron involucrarse más y  lanzarse a la aventura de convivir diariamente.
Con malos y mejores momentos habían resistido el pesar de la escasez monetaria, de los deseos de privacidad reprimidos por la presencia de la familia y de otros tantos demonios que rondan a los enamorados de hoy.
Sí, yo había sido testigo del cambio que se produjo en la errante vida de mi amigo y por supuesto admiraba como se iba entregando a una relación, sin detenerse ante  temores y con la ingenuidad propia de quien se sabe dueño de un pequeño tesoro.
-         Ok,  pero ¿como pasó todo? – dije yo-
-         Se va para Italia – afirmó- y parece que es pronto porque me dijo que hasta tenía pasaje.
Su rostro consternado aún y desfallecido por recordar quizás el momento de la noticia era más locuaz que su voz entrecortada por el líquido, por la tristeza.
-         Estaba haciendo los papeles para irse y no me dijo nada hasta ese día- terrible pensé- No me adapto, es que no lo vi venir o quizás me estaba haciendo el ciego- confesó-
-         Y, ¿ cómo estás?- indagué-
No tuvo que responder. Esta vez su mirada se hizo eco del dolor.
Y nada, querido lector, el resto de los detalles usted los imaginará. Éste es el final, no tan feliz, de la historia de mi amigo y “Y”. Una historia que puede haber tenido como protagonista a más de una pareja cubana y que es sólo un fiel reflejo de la complejidad de las relaciones sociales en la Cuba de estos días. Un país que debe mirarse mejor  reconocerse también en trágicos finales, como éste.
Al final de la plática yo también quedé en silencio. Me imaginé tomando esa decisión. ¿Qué haría?

martes, 22 de enero de 2013

La primera del 2013



Primero debo compartir con ustedes un descubrimiento conceptual.
En mi anterior entrada escribí sobre mi experiencia en un pueblo costero llamado El Socucho, hace unos días regresé hoy les comparto, además de lo que verán a continuación, la definición de la RAE al respecto.
Socucho: (De or. inc.). 1. m. Am. Rincón, chiribitil, tabuco.
Y ahora mi primera entrada oficial del presente año…

Camionero ha sido mi mejor y más feliz descubrimiento en el cine cubano contemporáneo. Si usted es como yo, de los que persiguen las buenas historias, corra, búsquela y verá que no me equivoco.
Luego de entristecerme con otras producciones independientes y de la llamada "industria" éste resulta un verdadero aliciente visual y temático.
Es de esas películas de las que está ávido el espectador exigente con la cinematografía nacional, una vez que se siente saturado de prostitutas, extranjeros y crisis de todos los tipos.
Es de esas películas sencillas pero difíciles de olvidar. Es de esos filmes que hablan del miedo y la violencia sin tapujos, sin edulcorantes.
Es de esas cintas con las que usted se cuestiona su pasado, se preocupa por el futuro y duda de las buenas intenciones.
Cuando la vi recordé mis años del preuniversitario (Bachiller), reviví a los compañeros, a los amigos, a los profesores. Es inexorable volver sobre esa etapa intermedia entre el adolescente y el joven cuando se disfruta de la impecable fotografía del corto.
Si busca melodrama ni se moleste porque aquí no se recuerdan los mejores y más románticos momentos, sino se presenta con crudeza la humillación, el desenfreno, la muerte.
No le digo más...
 Es de esas obras simples que se convierten en eternas.