miércoles, 12 de septiembre de 2012

El Socucho, un pueblo de pescadores de sueños



Por Dianela Cano Rodríguez
Al norte de Las Tunas, justo cuando se abre al Mar Caribe la bahía de Puerto Padre se encuentra un pueblo de pescadores conocido como El Socucho. Para acceder a él hay que realizar una travesía de unos 18 km por un terraplén que une a esta demarcación con el municipio Puerto Padre.
A ambos lados de la vía el viajero puede apreciar la vegetación propia de las zonas costeras y ver cómo se extienden hasta el horizonte las tierras robadas al mar que ya se anuncia ante el forastero con sus olores.
Las primeras casas del asentamiento son pequeñas, construidas con arena y piedras del litoral y en tiempos de vacaciones exhiben las huellas de la presencia de niños y adultos veraneantes.
Una vez en el centro del poblado la brisa convida al reposo y desde el estrecho malecón se puede apreciar el azul marino y a algunos metros, justo frente a nuestros ojos, otra franja de playa popularmente conocida como La Boca.
No son muchos los que aquí habitan, la población ha ido emigrando hacia otras regiones del país y, en no pocos casos, fuera del archipiélago. Pero, como predestinados a yacer en estas tierras nos sorprenden ahora hombres curtidos por el sol y el salitre, aspecto frecuente en las costas cubanas. Gente morena, de melenas rubísimas abundan por estos litorales.
Pero quizás el rasgo más distintivo de los hombres que viven en El Socucho sea su inagotable capacidad de hilvanar historias, sucesos y sobre todo sus esperanzas cotidianas al salir al mar.
Con el alba se les ve navegar de regreso luego de toda una noche de intentos en un mar que, a pesar de los años, los sorprende cada día con nuevos acertijos. Los nombres de mujeres se anuncian al atracar, pareciera que en la profunda oscuridad marina con sólo nombrarlas se aparecen y sirven de compañía al cansado pescador. Cada embarcación fue bautizada con calificativos femeninos. Al llegar se escuchan toda clase de historias desde pulpos que juegan con las carnadas, peces desconocidos que jalan muy fuerte hasta luces inertes en el horizonte.
Por los estremecedores cuentos que asustan al visitante pareciera que en la próxima jornada desistirán de arriesgar la vida en medio de tanta agua inexplorada. Pero no, al caer el sol alistan nuevamente anzuelos, carnadas, hilos y carretes y se lanzan, una vez más, a la aventura de soñar con el mar. Hacer de su captura el sustento de una vida dura es el incentivo de cada expedición.
De hombres que sueñan con pescar se despide el viajero, al dejar atrás a El Socucho, pueblo cansado y añejo, de viviendas de veraneo y de pescadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario