martes, 28 de octubre de 2014

Ellos tienen que aprender que vivir sin guerra es posible.



Ellos tienen que aprender que vivir sin guerra es posible, dijo y yo escuchaba atentamente como una niña captando las primeras palabras que le enseñan. Con la mirada serena retó mi atención y cerraba el diálogo con esta frase que hasta hoy recuerdo claramente. Era tajante su convicción de quien ha visto llover frente a si las bombas y se ha sacudido ante la muerte de amigos, familiares, niños.
Mahmut ya pasa los 40 años y contagia a quien lo escucha con la pasión de su inglés extrañamente acentuado y con su posición firme contra la guerra.
Lo he conocido en la noche fría del otoño alemán. Compartimos la misma mesa, el mismo placer por la cerveza y por la paz.
En las presentaciones descubrimos que nos unía la historia. El era libio, yo cubana.
Ahí se inició la conversación.
Sabes, dijo, los niños libios ya no se asustan con las bombas. Un adultos salta cuando escucha una detonación, los niños no. Me atrevo a pensar que están tan acostumbrados al sonido que ya no se estremecen.
Qué triste, dije para mí, y el pareció descubrir mi pensamiento y afirmó:
Es sumamente triste que nos suceda esto.Y a mí se me apretó el pecho.
La guerra, siempre lo he sabido, causa daños irreparables. Tras ella sólo hay nada. Pero vivir y acostumbrarse a ella es quizás la más cruel devastación que pueda sufrir el ser humano.
Las historias de Mahmut eran suficientes para entender, para comprender que cada día los políticos abren heridas en nosotros que no zajan jamás, sólo por la fútil diversión del poder.
Yo estoy llevando adelante una empresa de confección de componentes de plástico para diferentes equipos. Sueño con poder mostrarle a los jóvenes de mi país, de mi ciudad que es posible vivir sin guerra, que es posible tener un futuro y que la guerra no puede ser nunca la opción.
Yo terminé mis preguntas. Descubrí que vivía en la tristemente famosa ciudad de Misrata y que durante los bombardeos corre a la casa de su madre y busca refugio en sus faldas como un niño.
Hoy, siguiendo las noticias que nos ofrecen los medios occidentales sobre la situación en Libia temo por los sueños de Mahmut y porque se haga crónica la extraña costumbre de los niños libios.

lunes, 6 de enero de 2014

- La decisión de Tía Mary




Mi primer entrada en este espacio para el nuevo año se la dedico a una persona especial a la que conocí en los últimos días del 2013.

El sueño de Tía Mary fue siempre el mismo. O al menos así lo confiesa hoy, a sus 100 años, postrada ya en una silla de ruedas en el enorme recinto de Santovenia. Dedicar su vida a Dios y al servicio de su prójimo, tal como establecen las sagradas escrituras, ésa, dice, fue siempre su ilusión.
Cuenta que de la mano de una familia muy católica para la que trabajó como doméstica en su juventud, aprendió de la palabra divina y la asumió como fundamento para su existencia. Con ellos vivió durante muchos años y llegó a creerlos parte de su familia biológica, aquella grande pero dispersa por la precariedad de la época.
Mary era una de los diez hermanos, con la ausencia repentina de su padre tuvieron que asumir su sustento. El desafío fue sobrevivir.
Pero Mary está aferrada hoy a recuerdos o tretas de su longeva mente donde abundan los perros, los dientes, la fuerza militar. Enlaza anécdotas cotidianas con rezagos añejos que, definitivamente marcaron su vida. Habla de los presentes y de los que no están. Le teme a las noticias de las ausencias y las muertes por tal motivo para ella todos siguen vivos.
 Conocerla fue lo más conmovedor y triste que me ha ocurrido. Olvidé las angustias personales, los anhelos, las ambiciones porque allí ya no hay vuelta atrás, ya la vida se va acabando y el remedio es estar.
Mary decidió vivir y terminar sus días así. Yo decidí no dejarla sola, nunca más.