Mi primer entrada en este espacio para el nuevo año se la dedico a una persona especial a la que conocí en los últimos días del 2013.
El
sueño de Tía Mary fue siempre el mismo. O al menos así lo confiesa hoy, a sus
100 años, postrada ya en una silla de ruedas en el enorme recinto de Santovenia.
Dedicar su vida a Dios y al servicio de su prójimo, tal como establecen las
sagradas escrituras, ésa, dice, fue siempre su ilusión.
Cuenta
que de la mano de una familia muy católica para la que trabajó como doméstica
en su juventud, aprendió de la palabra divina y la asumió como fundamento para
su existencia. Con ellos vivió durante muchos años y llegó a creerlos parte de
su familia biológica, aquella grande pero dispersa por la precariedad de la
época.
Mary
era una de los diez hermanos, con la ausencia repentina de su padre tuvieron
que asumir su sustento. El desafío fue sobrevivir.
Pero
Mary está aferrada hoy a recuerdos o tretas de su longeva mente donde abundan
los perros, los dientes, la fuerza militar. Enlaza anécdotas cotidianas con
rezagos añejos que, definitivamente marcaron su vida. Habla de los presentes y
de los que no están. Le teme a las noticias de las ausencias y las muertes por
tal motivo para ella todos siguen vivos.
Conocerla fue lo más conmovedor y triste que
me ha ocurrido. Olvidé las angustias personales, los anhelos, las ambiciones
porque allí ya no hay vuelta atrás, ya la vida se va acabando y el remedio es
estar.
Mary
decidió vivir y terminar sus días así. Yo decidí no dejarla sola, nunca más.
Bonito artículo.
ResponderEliminarLa has seguido viendo?
Saludos,
omar romeo
omar_romeo309@hotmail.com