Habana Abierta puso de moda entre sus muchos seguidores dentro de Cuba y el mundo esta frase, con la que empiezo mi post, insertada dentro de un pegajoso estribillo en una de las canciones más populares de su irreverente discografía.
A los cinéfilos la comparación nos vino como anillo al dedo y a mí en lo particular.
A la altura de mis primeros 30 años, justo cuando llega el momento del recuento, de la autocrítica, con un poco de autocompación, el ajuste de cuentas con lo vivido y la incertidumbre del mañana, creo haber comprendido que sin quererlo aquella melodía tarareada en la tímida rebeldía universitaria me hace hoy sonreir de la mano de una reflexión no del todo mía. (No del todo, porque en nuestras certezas hay demasiada influencia ajena pero, como siempre digo, vale más la idea que nada.)
No hay mejor película que tu vida:
planos secuencia que de tan largos y monótonos parecen no acabar, música insidental para los momentos precisos e inolvidables, actores y actrices que te roban el alma, extras que quedan en el olvido de créditos interminables, producciones de ensueño materializadas con sudor y sangre, el llanto estrepitoso, el error de dirección de arte en la escena más simple, la sonrisa en el rostro del espectador amado.
Ante ésto y más no nos quedan muchas opciones para navegar con suerte hasta el fin. O te sientas a verla proyectarse ante ti o vives cada minuto del rodaje sin importar carencias y tropiezos. Sin reparar en absurdos egos, en frivolidades ajenas, sin atarte a la estatura de nadie.
A punto casi de comenzar la treintena de mi existencia continuo rodando ese divino guión que alguien pusiera en mis manos. Un filme en el cual tengo sólo una certeza:
Hago los cortes donde me parezca porque esta producción es pobre e independiente.
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