martes, 17 de noviembre de 2015

Martirio

Y todos somos desde la infinidad seres infinitos“ se dijo para sí, recordando en ese momento aquella frase de la Teoría del Todo enarbolada por Tqquun y no sabía por qué, pero ahora venía a su mente. Quizás porque cosas como éstas te asaltan cuando ya no tienes más energía para llorar, para caer y entonces buscas asidero en recuerdos o en textos que te hagan volver de la oscuridad de la nada.
Así estaba, con el teléfono justo al alcance de la mano, dudando entre llamar, escribir, apagarlo.
Al final revisó una y otra vez los últimos mensajes, repasó la conversación desde el principio, en una especie de búsqueda hipertextual. Retando a las palabras a decir lo que antes no fue dicho, lo que no fue explicado, lo que quedó inconcluso, reprimido.
Pero nada. No hay nada allí en las fría pantalla del telefono celular.
Nada más que oraciones, incompletas por la premura de hacer volar lo escrito como el diálogo verbal.
La explicación no estaba allí. Eso lo sabía bien pero insistía en saciar su ansioso dolor con alguna hipótesis, cierta o no.
Movía el dedo de arriba a abajo sobre la placa transparente. No llegaban nuevos mensajes. No había nueva información que procesar o a la cual responder, o de la cual defenderse. Sí, defenderse de aquella oleada de censura sentimental, de aquel huracán de críticas sin fundamento al que asistió sin poder salvarse, sin poder encontrar la tabla, ésa de la que hablan en historia de naufragio y desolación.
Ya había pasado una hora exacta.
El teléfono con su hora instalada y actualizada de forma automática jugaba a ser juez y verdugo del deceso.
Evitaba mirarlo, dando la espalda a la agitada carrera del tiempo.
No hay forma de caer y recuperarse en tan poco tiempo, se compadecía y seguía encontrando excusas en la mente para no levantarse y saltar de la cama en busca de alguna otra actividad. Pero no era fácil desatarse de la melancolía atada a la cabeza y desanudarse en nudo que aprieta el pecho cuando no entiendes, cuando sólo sientes cercano el fin.
¿Quizás el fin no es tan malo?!
Sólo que entonces no lo sabes. Y estás en la cama tratando de levantarte a tiempo, antes que sea demasiado tarde y hayan pasado todas las opciones de salvación para tu alma.
Pero no puedes.
Y sin tan sólo se borrara todo, sería más fácil recomponerse. Pero no, las palabras no quieren irse de su cabeza y golpean como garrote las sienes. Así como las miradas, ésas que no puedes sacar de la piel y rasgan con un filo frío y eterno.
Suena, de momento, el teléfono.
Un escalofrío le arquea el cuerpo y juguetea dentro del estómago.
Duda en mirar.
Lo hace.
Es la alarma:
20.00,
han pasado dos horas desde que se fue.



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