Cuba necesita cambios radicales y reales, eso nadie lo duda. No se habla de otra cosa desde que tengo uso de razón. Los que creían a ciegas en la doctrina comunista han ido empacando poco a poco en el baúl de los recuerdos sus carnets y diplomas. Se han dado cuenta que el mérito y el sacrificio personal son abucheados en cada esquina. Han ido acumulando desilusiones y esperas por demasiado tiempo.
Pero, reímos y hasta gastamos bromas de éste y otros temas cruciales. Porque así somos los cubanos. Estamos dejando para luego el cambio.
Pero resulta que mientras nosotros estamos dormidos en los laureles y seguimos lidiando con las limitaciones y demás problemas, haciendo malabares dignos del mejor acróbata, un caballo de Troya arriba a las costas cubanas.
El caballo, procedente de los Estados Unidos se anuncia henchido de prosperidades y libertades pero en realidad, nadie calcula cuál será su carga.
Y que conste que no vengo a hacerme la Casandra ni nada por el estilo, pero reniego del neón de ese caballo. No quiero a Cuba rendida a los pies del majestuoso equino seducida porque él tiene todo lo que, aparentemente, nos falta.
Nadie salvó a los troyanos de aquella sangrienta noche ni siquiera la promesa de los dioses. Sólo ellos podían decidir sin dejaban entrar en la ciudad el amuleto divino en forma de caballo y al hacerlo firmaron su sentencia de muerte.
Por eso me niego a creer que el futuro próspero e independiente de Cuba venga de la mano de cualquier amigo poderoso y que nosotros, con tanta facilidad, sucumbamos ante la tentación que nos sirven los gobiernos.
Ojalá no repitamos la triste historia de la bella Troya.
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